En la misma semana en la
que se cumplen treinta y tres años del intento de golpe de estado
del General Tejero y cincuenta años desde que el gran Cassius Clay
hizo pública su pertenencia a la nación del Islam pocas horas
después de proclamarse campeón mundial de pesos pesados, en la
misma semana en la que muere Paco de Lucía para entrar en la
historia y convertirse en leyenda con su “Entre dos aguas”, en la
misma semana que setenta y cinco mil personas viajan para acudir al
Mobile World Congress mientras Venezuela y Ucrania luchan por una
vida mejor, en esa misma semana, cinco amigas, cinco hermanas, empiezan un proyecto sin más ambición que desahogarse,
encontrarse, reírse y enseñar al mundo que la vida no es otra cosa
que nuestras experiencias.
Que esté publicando este
post es una buena noticia para todos: es viernes. Yo soy Viernes.
Mezcla de sensaciones, cansancio y motivación por los dos días que
siguen, responsabilidad de día y desenfreno de noche, viernes es
aparcar los problemas o no dejar de pensar en ellos, es música, es
cine, es amor, es trabajo, es vida. Y de eso, señores, tratarán mis
posts, de la vida en todas sus facetas, siempre acabando con música,
porque hay una canción para cada momento y un momento para cada
canción. Porque la música entra por el oído y va directa al
corazón y porque tal y como bien expresa lo que una vez leí: “ La
música puede dar nombre a lo innombrable y comunicar lo
desconocido”.
Podría
intentar estrenarme tratando de ser original, haciendo un esfuerzo
por no hablar de un tema tan socorrido como es el amor, pero la
realidad es que o no soy original, o es el tema que ocupa mi cabeza
gran parte del tiempo. La verdad es que últimamente he
perdido los papeles. Y no estamos hablando de perder una factura, un
recorte o una tarjeta de metro, que también. Estamos hablando de
todos los libros de la Biblioteca Vaticana, los documentos del
Registro Civil y Mercantil y los apuntes de todos los alumnos de
Harvard juntos. Y es que hay muchas formas de perder los papeles y, a
mí, señores, me gusta hacer las cosas a lo grande.

Hace poco mi padre, al que escucho más que a nadie,
me dijo que lo importante era saber qué tipo de persona quiero a mi
lado y solo dejar que me salten las alarmas cuando conozca a
alguien de ese perfil. Lo que siempre me ha resultado tan fácil se
ha vuelto absolutamente imposible. Mis alarmas saltan con cualquiera.
Alto, bajo, rubio, moreno, listo, menos listo...
Entiéndanme, no tengo montada una oficina en mi casa plagada de
cartas de presentación ni me dedico a hacer entrevistas cualquier
sábado que se preste, pero sí que, inconscientemente, he analizado
a cada uno de los hombres que se han cruzado en mi camino. Y me
pregunto para qué, si lo cierto es que si no estoy preparada yo, no
van a estarlo los demás. Siendo sensatos, más vale llamar al pan
“pan” y al vino “vino”, es una cuestión de ahorrar tiempo:
sigo enamorada o, al menos, enamorada de lo que era sentirse
enamorada. En este caso, más que una lucha entre cabeza y corazón,
es una auténtica batalla campal. ¿Cómo le explicas a tu corazón
que debe dejar de sentir por alguien? El intento de búsqueda de un
sinfín de distracciones con nombre y apellidos no vale para mucho,
al menos por ahora. Y es que el corazón, viéndome a mi y a mis
amigas, definitivamente va por libre, es autónomo.
Y es justo en ese momento, entre tanta reflexión,
cuando una nostalgia abrumadora se apodera de ti, te recuerdas con
dieciséis años y tu primer amor, o incluso mucho antes en mi caso (y
tu debilidad eterna tal y como comentó Miércoles) y piensas en lo
maravillosa que era tu mirada cuando era limpia y cuando tu corazón y cabeza
estaban libres de experiencias.
Espero con ganas una luz que me ciegue cual insecto
ante foco, ver la claridad, sentir seguridad, y poder bajar el telón
de este acto. Si puedo, bajaré el telón.
Thank God Is Friday.
Nos vemos en los bares.
V.