viernes, 7 de marzo de 2014

Trabajando que es gerundio

Dicen que lo mejor que te puede pasar en esta vida es trabajar de lo que realmente te gusta. No quiero ser yo la que arruine las expectativas de los que aún están estudiando, ni mucho menos pretendo meter el dedo en la llaga de los que irremediablemente (salvo que les toque el Euromillones, lo que, queridos, es menos probable que el hecho de que les caiga un rayo encima) ya están experimentando lo que es la vida laboral, sin embargo, voy a hacerlo. Sí, voy a hacerlo, porque es tarde, porque acabo de salir del trabajo, porque aún me quedan horas entre leyes antes de meterme en la cama y porque aquí o follamos todos o la puta al río, si pringo yo, pringamos todos.

Seamos sinceros, cualquier cosa puede encantarte a priori pero, cuando se vuelve una obligación y le dedicas catorce horas al día, lo que te gusta el primer mes deja de gustarte o, como mínimo, deja de apasionarte. Y es que aunque llueva, nieve, truene o haga un sol de escándalo, tienes que hacerlo, por collons. No hay opción. Bueno, mentira. La hay, pero pasa por firmar la carta de despido y salir por patas.
Señores, al ser humano lo que realmente le gusta es lo que puede elegir. Pero no elegir solo el qué, no. Elegir también el cómo y el cuándo hacerlo. Nunca hemos sido muy dados a las imposiciones y precisamente en este aspecto, no vamos a encontrar la excepción.

Imagínense que tuvieran que meterse entre pecho y espalda su plato favorito como comida y cena cada día durante años. Es más, (y este ejemplo podría haberlo puesto en entredicho en cualquier otro momento de mi vida, básicamente, cuando era una niñata) imagínense que tuvieran que ir de compras catorce horas al día por mandato imperativo aunque las piernas les dolieran como si acabaran de correr 60 km sin descanso o, incluso, acabaran de salir de hacerse un tratamiento anticelulitico (que para el caso, el dolor es el mismo). El queso se vuelve vomitivo, y el mismísimo Rojo Valentino se vuelve peor que las camisas lilas o negras.

Cuando elegí la carrera lo hice por vocación. Tras licenciarme me sentí realmente afortunada,“No me he equivocado, esto es lo mío, nada me hubiera gustado más”. Tanto se me fue de las manos el optimismo que me metí en una oposición. Ese fue el principio del fin. Aborrecí el derecho a unos niveles insospechados. Y les juro por lo que más quiero que lo mío era frikismo. Era ver presunciones iuris tantum o iure et de iure en lugar de hechos, hablar de tentativas en lugar de intentos, sacar a colación la duda razonable como solución a todos los conflictos, utilizar el protesto como contestación inapelable ante cualquier reprimenda recibida por mis padres o leerme la letra pequeña hasta de los contratos de Vodafone con tal de dármelas de jurista. La etapa pasó, como pasan la mayoría de cosas en esta vida. Cuando tuve que leerme más leyes que días vividos el derecho dejó de volverme loca en el buen sentido para hacerlo en el malo. Dejó de volverme loca en sentido figurado para pasar a hacerlo en sentido literal.

De nuevo, como todo en esta vida, tras tocar los dos extremos posibles, tras pasar del amor al odio, encontré el punto medio. Soy abogada, orgullosa de serlo, pero podría ser muchas más cosas. Podría tanto disfrutar de un bisturí como de un cartabón; podría encontrarme diseñando la mejor campaña publicitaria de Coca-cola (la etapa del optimismo es evidente que no la he superado) o escribiendo Harry Potter. Podría ser muchas cosas, pero con los condicionales no se llega a ningún lado. La vida no son "isis", son hechos. 

Tal y como dice nuestro peculiar Woody Allen en su film Delitos y Faltas (si no la han visto, dejen de leerme y vayan a a hacerlo):
"Todos nos enfrentamos en la vida a decisiones angustiosas, elecciones morales, algunas son a gran escala. La mayoría de dichas elecciones son sobre asuntos banales, pero nos definimos a nosotros mismos según las decisiones que hemos tomado, en realidad somos la suma total de nuestras decisiones (...)". 
Esto es lo que elegí, esto es lo que soy. Lógica aplastante. ¿Soy feliz? Sí, lo soy. ¿Soy trabajadora? Sí, mucho. ¿Me gusta mi trabajo? Afirmativo de nuevo. Pero, señores, a todos nos apetecería más estar viendo la puesta de sol en una playa del caribe, amenizados por el son cubano y disfrutando del mojito que no estaríamos perdonando.

La vida son dos días y uno y medio lo pasaremos trabajando. No voy a decirles que trabajen de lo les apasiona, porque tarde o temprano, como ocurre en el amor, dejará de hacerlo. Les diré que hagan lo que más tiempo sean capaces de aguantar, lo que más orgullosos les vaya a hacer sentir, lo que más dinero les de y lo que en un primer momento les motive desmesuradamente. Hagánlo intensamente, como debe hacerse todo, sean los mejores o al menos inténtenlo y aprovechen la fuerza de la juventud para darlo todo. Después, si Dios quiere, la vida es larga. Al menos, es mejor cansarse de algo que en algún momento nos hizo feliz.

Disfrutando del momento de relajación que me proporciona esta canción, les dejo hasta la semana que viene.

Thank God is Friday.
Nos vemos en los bares.

V.

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